Los primeros apicultores arrancaban los enjambres silvestres y los colocaban en colmenas hechas de paja, barro o madera. Hacia el final del verano las abejas eran exterminadas y era entonces cuando se podía extraer la miel y otros subproductos de las abejas como la cera.
En Egipto se han encontrado grabados de hace más de 3 mil 500 años en donde se estamparon escenas de la recolección de la miel. Esta civilización creía que las lágrimas del dios del sol se transformaban en abejas y su producto se ha encontrado en las tumbas de faraones aún en perfecto estado.
La miel se ha utilizado desde entonces para consumo humano y también como remedio para dolencias y enfermedades, pero ¿cómo saber si la miel que consumimos es de buena calidad?
La miel de abeja no debe ser calentada a más de 43 grados si no queremos que pierda sus propiedades.
La miel pasteurizada que encontramos en los supermercados, generalmente ha sido adicionada con jarabes de alta fructosa para evitar su cristalización.
Este mismo proceso destruye la mayoría de las enzimas, antioxidantes y propiedades antibióticas que posee este oro líquido.
La forma más sencilla de saber si la miel es pura es verter una cucharadita en un vaso con agua, si esta llega al fondo del vaso y hace grumos, la miel es pura, de lo contrario se diluirá en el proceso.
Otra forma de conocer la calidad de la miel es el proceso natural de cristalización que ocurre cuando la miel es pura. Esto se puede revertir colocándola a baño maría por unos cuantos minutos hasta que se vuelva líquida nuevamente.
Otro de los métodos recomendados por las asociaciones de apicultores para verificar la pureza de la miel es colocar unas gotas de vinagre en una cuchara llena de miel, si comienza a espumar, se trata de una miel adulterada.