En entrevista con Quinto Poder, Ernesto Martínez Bucio y Karen Plata revelan cómo El Diablo Fuma nace de sus propios miedos infantiles.

FICM: entrevista con Ernesto Martínez, director de El Diablo Fuma
FICM: entrevista con Ernesto Martínez, director de El Diablo Fuma Créditos: Cortesía Mandarina Cine

En El Diablo Fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja), que tuvo su estreno en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), el diablo no se presenta como una figura sobrenatural, sino como la voz del miedo más profundo y del abandono.

“El miedo al diablo me nació cuando estudiaba en una escuela católica”, dijo el director Ernesto Martínez Bucio durante la conferencia de prensa del FICM, y esa confesión basta para entender que su película no busca asustar, sino mostrar cómo el miedo se instala en la infancia y nunca termina de irse.

Cortesía Mandarina Cine
El Diablo Fuma Créditos: Cortesía Mandarina Cine

Filmada con una sensibilidad poética, El Diablo Fuma podría leerse como una de las expresiones más puras del horror folk mexicano contemporáneo.

La historia se centra en cinco niños que, abandonados por sus padres, quedan al cuidado de su abuela, cada vez más atrapada en sus delirios y confusiones por el Alzheimer. Sin embargo, en entrevista con Quinto Poder, el propio director aclara que no buscaba hacer una película de terror:

"Fue una exploración de los miedos que teníamos en la infancia, tanto de Karen Plata (guionista de la cinta) y los míos y recordar esos miedos de cuando eras niño... yo de niño le tenía mucho miedo al diablo y me acuerdo que cuando llegué a una casa donde nos mudamos con mi familia, mi papá me dio escoger qué cama quería, eran dos camas individuales y era una para mí y una para mi hermano y yo pensé 'por ahí sale el muerto' y volteé para el otro lado y por las cortinas y decía, 'no, por ahí sale el diablo' y escogí por donde salía el diablo fíjate", narró.

Por su parte, Karen Plata enfatiza: "No es una película de terror, pero sí es una película sobre los miedos. Y aparte, yo soy hipermiedosa, pero no puedo ver pelis de terror, o sea, de hecho mucho tiempo mi cama no tenía patitas, porque sentía que me iba a salir algo por abajo".


Una infancia atrapada entre delirios y paranoia


Pero al tratarse de una película sobre el miedo, es inevitable que se perciba cierto terror e incomodidad. El diablo, como sutil metáfora del miedo, se convierte en un ente que lo invade todo. La abuela, cada vez más atrapada en sus delirios sobre Belcebú, contamina la percepción de los niños, quienes comienzan a sentir que algo quiere meterse a la casa.

Uno recurre a rezos con la esperanza de que sus padres regresen, mientras los otros cubren las ventanas y paredes con periódicos para aislarse del mundo exterior. Entre llantos, juegos y rituales infantiles, la paranoia se intensifica, al tiempo que la ausencia parental transforma la casa en un espacio que se desmorona: la comida escasea, la electricidad se corta y la rutina familiar se desvanece.

Cortesía Mandarina Cine
El Diablo Fuma Créditos: Cortesía Mandarina Cine


Memoria, estética y actuaciones que impresionan


La cinta intercala material de video que muestra el pasado, cuando los niños eran felices con sus padres, lo que contrasta con el presente y el futuro incierto.

En una de ellas, la madre aparece llorando desconsoladamente en una escena escalofriante, que podría interpretarse como la posesión del diablo, pero que en realidad revela una profunda depresión.

El director resalta la importancia de trabajar con los niños para lograr esa inmersión emocional:

“Primero hicimos un casting donde tuvimos mucha suerte, encontramos a los niños en dos meses… y luego les dimos un taller de dos meses donde empezamos a jugar, a ensayar, a construir relaciones entre ellos porque las relaciones no se pueden actuar, entonces las tienes que construir. Una vez que tuvimos ese círculo de confianza pudimos acceder a lugares emocionales muy profundos. Ellos eran capaces de compartir cosas que les afectaban emocionalmente y podían meterse en esa emoción y seguir actuando. Les dimos herramientas de actuación”, contó.

Por su parte, Karen Plata también destaca la preparación: “El casting y el taller fueron fundamentales. Donovan, el niño mayor, ya tenía experiencia y nos ayudó mucho con los otros niños, que no tenían experiencia previa. Todo fue un trabajo colectivo, los grabábamos durante los ensayos, se acostumbraron a la cámara y el set estaba libre de obstáculos, lo que les permitió moverse y sentir los espacios de manera natural”.

Esta combinación de dirección, diseño de cámara y trabajo actoral genera un universo donde el miedo y el diablo se entrelazan con la el abandono, la ausencia de los padres y los delirios de la abuela, creando un relato que llega a perturbar.



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