- 03 de agosto de 2025
La ópera prima de Racornelia irrumpe en el GIFF con una estética casera y un retrato incómodo de la familia mexicana.

Una cámara casera registra una Nochebuena en 1997. Una familia cena entre risas, regalos, revelaciones y alegría. Sin embargo, poco a poco la mágica noche se va convirtiendo en un campo de batalla. Así comienza MACDO, la audaz ópera prima de Racornelia, que se apropia de las formas del video doméstico y la telenovela para exhibir lo que hay detrás del falso afecto: control, misoginia y pactos de silencio.
"Yo elegí esta familia porque es como es el arquetipo de familia que nos venden que deberíamos ser las telenovelas, ¿no? Y que es es lejano para todo el mundo y lo peor es que para la mayoría es aún más lejano", dice Racornelia en entrevista con Quinto Poder en el Festival Internacional de Cine Guanajuato.
Desde ese planteamiento, la directora propone desarmar el ideal de familia tradicional para mostrar sus mecanismos de opresión.

La cámara como gesto político y económico
En MACDO, las mucamas se convierten en camarógrafas. La casa se filma a sí misma. Las escenas transcurren en plano secuencia. Lo que parecería una elección estética es, en realidad, una decisión política y presupuestaria.
"La cámara casera viene de que pues la película se hizo sin dinero", explica Racornelia. Con el respaldo del director Amat Escalante, quien eventualmente se convirtió en productor ejecutivo, la directora se atrevió a grabar con una cámara familiar, rechazando las convenciones técnicas de la industria.
Este gesto también responde a una visión clara sobre el lenguaje cinematográfico: "Yo desde bastante temprano tenía claro que yo quería explorar el límite, quería irme hacia lo meta, explorar distintos niveles diegéticos, jugar con la percepción del espectador porque esas son las cosas que a mí me fascinan al ver una película". La película no busca realismo, sino provocar incomodidad.
El quiebre del pacto: sexualidad infantil y misoginia en el centro
La falsa armonía del evento familiar se fractura por una acusación ambigua, quizás imaginada, sobre un supuesto comportamiento sexual entre los niños y una adulta.
No se muestra nada, pero la reacción inmediata, el caos que desencadena, habla más de los adultos que de los hechos en sí. "La película lo que hace es romper los pactos de silencio", afirma Racornelia. Y lo hace sin dar lecciones ni señalar culpables: "Aquí no vemos un personaje bueno y un personaje malo, vemos seres humanos".
En este punto, MACDO desplaza su foco hacia el castigo social contra las mujeres. La niña es silenciada. El niño es absuelto. "La película muestra cosas que no quiere ver la gente", advierte la cineasta. Y por eso mismo incomoda. Porque, como ella misma dice, "al final cuando algo te molesta es por algo. Es tan intenso el amor como el odio".

Metaficción como resistencia
Más allá de su argumento, Macdo construye su crítica desde la forma. El montaje interrumpe, los tiempos se fragmentan, los textos aparecen en pantalla sin aviso. Las mucamas camarógrafas irrumpen en momentos, generando una desestabilización deliberada. El hogar, símbolo del orden, se convierte en un dispositivo caótico y opresivo.
Racornelia reconoce la influencia de El espíritu de la colmena de Víctor Erice, pero también la guía ética y formal de películas como The Apple (1998).
"Fue una referencia perfecta... ver ese tipo de películas me daba empujoncitos", recuerda. Esa exploración de los límites entre documental y ficción fue plantada en un taller con Erice: "Lo que él decía es, no hay un todo es ficción y todo es documental. Me abrió esa puerta".
Una película hecha con intrusión y afecto
A pesar de lo incómodo que puede resultar para las familias más conservadoras, MACDO está hecha desde un lugar de cuidado, sobre todo hacia su elenco infantil.
"Yo protegí demasiado a mis a mis niños", asegura Racornelia. Una de las escenas, donde la niña llora, ocurrió antes del rodaje: "Yo le dije a Joaquín, ´Me voy a sentar ahí al lado y grábame porque no la queríamos hacer llorar después´". Ese tipo de decisiones, según la directora, fueron tomadas no desde una agenda autoral, sino desde un compromiso emocional.
Por su parte, los espectadores se convierten en intrusos dentro de la dinámica familiar. Como ella misma dice, MACDO no mira desde la intimidad, sino desde la intrusión: se posiciona como una cámara que irrumpe, que invade lo privado sin disimulo, y que convierte al espectador en testigo de lo que no debería estar viendo.
Y es justo esa mirada intrusiva, sin concesiones ni filtros, la que permite que con muy pocos recursos y una puesta en escena deliberadamente incómoda, la película construya una eficaz crítica a la familia mexicana contemporánea.
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