- 02 de agosto de 2025
En Las niñas de los duraznos, Denisse Barreto explora la violencia familiar desde la mirada de una niña que presencia el despertar sexual de sus hermanas y el control machista de su padre.

Las niñas de los duraznos, presentada en Festival Internacional de Cine Guanajuato (GIFF 2025), retrata desde una mirada íntima y sensorial el despertar sexual, la violencia doméstica y la fractura de la hermandad en una familia conservadora.
En entrevista con Quinto Poder, la directora Denisse Barreto habla del enfoque ético con sus actrices, su lenguaje cinematográfico y el carácter de denuncia implícito en la película.
Una infancia rota entre rezos y silencios
La ópera prima de Denisse Barreto se adentra con delicadeza —pero sin eufemismos— en una familia donde el silencio es parte del castigo.
Valentina, una niña de diez años, observa con extrañeza el despertar sexual de sus hermanas adolescentes, la represión impuesta por su padre y la transformación de su propio cuerpo. Todo ocurre en una casa donde se reza antes de hablar y donde el pecado es una sombra que la persigue en cada rincón del hogar.

Barreto construye una película atravesada por el peso de lo que no se dice. La violencia estalla, pero siempre ha estado ahí: se insinúa en los gestos de control, en la vigilancia, en la religión como herramienta de poder masculino.
En entrevista con Quinto Poder, la directora subraya: "vivimos en un país sumamente violento, hay mucha violencia en todas las familias y creo que es necesario también identificarla de dónde viene".
Filmando lo prohibido con honestidad
Tratar temas como la violencia de género o el despertar sexual desde la perspectiva de una niña implica riesgos éticos y creativos. Barreto lo sabía. "Antes que dirigir esta película ya había hecho algún par de cortometrajes con niños o niñas... La mejor forma creo es ser muy directa con la niña y con su familia", explica.
Sobre el proceso con la protagonista, detalla: "yo le mostré el guion a su mamá y también lo leyó su papá y estuvieron muy de acuerdo con el tema. Y ellos fueron los que hablaron de lo que trata la película, lo que ella iba a estar haciendo".
Esa honestidad se traduce en pantalla. Barreto nunca se coloca por encima de sus personajes. Valentina no es una víctima arquetípica: es una niña atravesada por la culpa, la lealtad y el miedo.
Una apuesta sensorial en un cine saturado de palabras
Barreto se aleja del diálogo explicativo y opta por lo sensorial. La película se construye a partir de planos largos, sonidos ambientales y una cámara que se convierte en cómplice de la mirada infantil.
Al ser cuestionada por la estética, responde: "siento que el cine no se trata solamente de contar historias, sino de una sensación, y solamente a través de estos planos con más tiempo es que yo siento... que se puede vivir y sentir realmente lo que está sucediendo en la pantalla".
No se trata de una decisión intelectual, sino visceral. Barreto no quiere nombrar su película como "contemplativa"; insiste en que su apuesta va por el lado de la verdad, no de la artificiosidad. Y en un país donde domina la comedia ligera o el drama explícito, esa decisión estética resulta transgresora.

Violencia sin gritos: micromachismos como motor narrativo
Uno de los aspectos más potentes de Las niñas de los duraznos es cómo la violencia se manifiesta sin necesidad de armas o gritos permanentes. Está en el tono con el que el padre habla a sus hijas, en los permisos negados, en la forma en que se castiga.
La directora lo define así: "está el micromachismo que como tal pues sí en la película explota, pero también hay sutilezas que nos van indicando que hay una agresión hacia la mujer... pero sí quisiera abrir más el panorama: no solamente es eso, sino que es violencia en general".
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Barreto lo deja claro: "no es que quise hacer una película feminista". Más bien, quiso hablar de una violencia incrustada, de una estructura que se hereda sin cuestionarse.
Aunque su forma no busca complacer a todos los públicos, Las niñas de los duraznos ha tenido buena recepción. "Creo que la trama principal se entiende... yo tenía algo de miedo de que se pudiera malinterpretar por las características o la personalidad de Valentina, pero no he tenido ninguna clase de comentarios de ese tipo", comparte la cineasta.
No se trata de ofrecer respuestas, sino de provocar preguntas. Barreto quiere que su cine "se logre pensar un poco", incluso si no hay una conversación posterior con ella o un debate en sala. Su película, como Valentina, observa, recuerda y guarda silencio. Pero ese silencio, en lugar de calmar, incomoda. Y eso es lo que la vuelve necesaria.
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