- 08 de octubre de 2025
El destino más codiciado del Caribe mexicano enfrenta su peor crisis en años: el turismo se desploma, los precios se disparan y la magia se desvanece entre la inseguridad y el descontento.

El sol cae con fuerza sobre la arena blanca, pero las hamacas están vacías. En el malecón, los pocos turistas que caminan lo hacen en silencio, observando con desconcierto los restaurantes cerrados, los bares sin música y los letreros que anuncian descuentos desesperados. Tulum, aquella joya del Caribe mexicano que alguna vez fue sinónimo de exclusividad, espiritualidad y lujo natural, hoy luce irreconocible.
En videos que circulan en redes sociales, el sonido de las olas sustituye a los DJ, y los atardeceres, antes acompañados por largas filas de visitantes, ahora se disfrutan en una calma casi triste. La postal más deseada de Instagram, las ruinas sobre el mar turquesa y las fiestas al atardecer, parece haberse apagado. Y el tema, tan viral como alarmante, ya llegó hasta el Palacio Nacional.

Caída sin precedentes en el paraíso
Las cifras confirman lo que muestran las imágenes: Tulum atraviesa la peor crisis turística de su historia reciente. De acuerdo con el Sistema de Información Turística de Quintana Roo, la ocupación hotelera pasó de 62.6% a finales de julio a 49.2% en octubre, el nivel más bajo en años. En contraste, Cancún e Isla Mujeres mantienen niveles superiores al 80%.
Los comerciantes, acostumbrados a temporadas altas donde no daban abasto con los pedidos, hoy enfrentan un panorama desolador. "No hay ni para pagar la renta", dice un mesero que lleva más de una década trabajando en la zona costera. "Antes, en octubre, ya se sentía el movimiento de los europeos. Ahora ni los mochileros vienen".
La caída en el número de vuelos también refleja la tendencia. Quintana Roo pasó de casi dos mil operaciones semanales en julio a una reducción constante desde agosto. En paralelo, el INAH reporta una drástica disminución de visitantes a zonas arqueológicas: de 239 mil en enero a apenas 119 mil en mayo. El turismo internacional no está regresando, y el nacional parece haberse hartado.
Del lujo al abuso: ¿los precios que ahuyentaron al turismo?
Las razones detrás del desplome son múltiples, pero una destaca sobre todas: los precios desorbitados. Lo que empezó como un destino de lujo relajado se transformó en un escaparate de excesos. Una botella de agua puede costar 100 pesos; un plato de ceviche, más de 600; y en algunos clubes de playa, el consumo mínimo supera los 3 mil pesos por persona.
En redes sociales abundan los testimonios de viajeros decepcionados. "Pagas como si estuvieras en Dubái, pero te atienden con desprecio", escribió un usuario de X (antes Twitter). Otros señalan que muchos negocios solo buscan atraer a extranjeros con alto poder adquisitivo, relegando al turismo nacional que alguna vez fue la base del éxito del destino.
A esto se suma la polémica por el acceso restringido a playas públicas, ahora bajo control del Parque Jaguar, un proyecto impulsado por el Gobierno federal y hoy administrado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
El parque fue presentado como una iniciativa para preservar el entorno ecológico y ordenar el turismo en torno a las ruinas de Tulum. Sin embargo, visitantes y ambientalistas denuncian que se ha convertido en una barrera que limita el libre acceso a zonas emblemáticas como Playa Paraíso, Santa Fe y Pescadores.
"Parece que el mar ya no es de todos", escribió una usuaria junto a un video donde se observa a militares custodiando una entrada bloqueada.
Un paraíso sin agua, con basura y bajo vigilancia
Los problemas, sin embargo, van mucho más allá del costo de una bebida o una comida. La infraestructura de Tulum está al borde del colapso. El crecimiento acelerado, impulsado por el boom inmobiliario y la especulación turística, saturó los servicios básicos: el suministro de agua es irregular, la red eléctrica no soporta la demanda de los hoteles, y la recolección de basura es insuficiente para la cantidad de residuos que genera la zona hotelera.
El impacto ambiental también ha sido devastador. El manto freático, el mismo que alimenta los cenotes, muestra signos de contaminación por aguas residuales, mientras que la expansión descontrolada de desarrollos inmobiliarios amenaza la selva costera que alguna vez dio identidad al lugar.

A la crisis ambiental se suma la inseguridad, un tema que ha erosionado la confianza de los visitantes. En marzo de 2025, el secretario de Seguridad Pública municipal, José Roberto Rodríguez Bautista, fue asesinado durante un operativo a plena luz del día. Desde entonces, aunque los hechos violentos son esporádicos, cada caso reaviva el temor de turistas y empresarios.
El resultado es alarmante: la ocupación hotelera en la zona costera apenas alcanzó el 30% en verano, y en el centro cayó hasta el 15%. Los comerciantes afirman que ni siquiera durante el confinamiento por la pandemia habían visto algo similar.
"Nos disculpamos con el turismo nacional"
En medio de la crisis, un video se volvió viral en TikTok. En él, un grupo de comerciantes de Tulum ofrece disculpas al turismo nacional "por haberlo tratado mal todo este tiempo". El gesto, inusual y sincero, provocó una ola de reacciones.
Algunos aplaudieron la autocrítica; otros respondieron con dureza, recordando los abusos de precios, el maltrato y la preferencia hacia extranjeros que durante años marcaron la vida cotidiana del destino.
El hashtag #TulumMuerto se volvió tendencia. Miles de usuarios compartieron imágenes de playas vacías, hoteles cerrados y calles sin movimiento. "Tulum se ahogó en su propio ego", escribió un fotógrafo español que visitó el destino en 2018 y volvió este año solo para encontrar un pueblo fantasma.

Durante más de una década, Tulum fue el epicentro de una tendencia global: lujo con alma bohemia. Yoga frente al mar, restaurantes de autor, ecohoteles sostenibles y fiestas exclusivas donde se mezclaban empresarios, influencers y celebridades. El sueño parecía perfecto: un paraíso con conciencia ambiental y estética minimalista.
Pero el modelo se agotó. La gentrificación, la especulación y la sobreexplotación transformaron ese paraíso en un producto más del turismo de masas. El encanto se convirtió en exceso, y el exceso en decadencia.
"Sobrevalorado, caro y sin alma", resumió un fotógrafo mexicano al regresar a su natal Zacatecas después de intentar sobrevivir varios meses con su galería en la zona costera. "Tulum perdió lo que lo hacía especial: la autenticidad."
Sheinbaum responde desde Palacio Nacional
La conversación sobre la crisis de Tulum escaló hasta la conferencia matutina de Claudia Sheinbaum, quien reconoció haber visto las denuncias en redes sociales y pidió a la secretaria de Turismo, Josefina Rodríguez Zamora, revisar la situación.
"Hay que medir si lo que dicen las redes es cierto", señaló la presidenta. "Queremos que toda la población pueda visitar este bellísimo lugar, pero con precios justos y accesos garantizados."
La mandataria también confirmó que se trabaja con la Sedena para evaluar el funcionamiento del Parque Jaguar: "Hay quejas sobre la entrada a la playa y se tienen que hacer ajustes en la señalización y accesos. No puede haber restricciones injustificadas."
Hoy, en Tulum, las palmeras se mecen ante un mar tranquilo y desolado. Los bares cierran antes del atardecer, los hoteles que hace apenas unos años cobraban 800 dólares por noche ahora ofrecen descuentos de último minuto, y los locales esperan, sin mucho optimismo, que el turismo vuelva a llenar las calles.
Lo que alguna vez fue símbolo del turismo mexicano y refugio de almas libres, hoy enfrenta una pregunta urgente: ¿podrá Tulum sobrevivir a sí mismo o se convertirá en el recuerdo de su propio exceso?
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