- 11 de julio de 2025
Una ola de incidentes protagonizados por extranjeros en México ha encendido la indignación nacional.

En calles, cines, fraccionamientos y sitios sagrados, se acumulan escenas que muestran a turistas o residentes extranjeros —la mayoría con privilegios visibles— agrediendo, insultando o humillando a mexicanos.
Desde la mujer que se estaciona en doble fila y lanza insultos clasistas en la Condesa, hasta la ciudadana estadounidense que raya con plumón la Peña de Bernal y defiende su vandalismo con un pasaporte, la constante es la misma: desprecio, impunidad y arrogancia.
Cuando el privilegio grita: el caso Pichel y el clasismo impune
“Me vale verga, ya no te voy a dar nada. Esta es mi puta puerta”, gritó la modelo y conductora Ximena Pichel, mientras le arrebataba el celular a una trabajadora de seguridad que se negó a abrirle el acceso a un fraccionamiento.
No era la primera vez que la agresora atacaba. De hecho, el video salió a la luz después de que la misma mujer fuera exhibida por insultar a un agente de tránsito en la Condesa. El escenario: un Mercedes-Benz mal estacionado y un funcionario que sólo cumplía con su trabajo.
El caso estalló en redes con un apodo inmediato: Lady Racista. Desde entonces, se convirtió en símbolo del clasismo y racismo estructural que muchos mexicanos enfrentan a diario. Pichel intentó disculparse en una publicación:
“No busco compasión ni excusas. Tampoco me tiro al piso. Lo que busco es transformar este momento en un punto de partida para crecer”.
Pero las palabras llegan tarde. El oficial ya presentó denuncias ante la Fiscalía capitalina y el Copred. Las autoridades capitalinas, incluyendo la jefa de Gobierno Clara Brugada y la presidenta Claudia Sheinbaum, condenaron el acto como un “racismo aberrante”.
Y aunque Pichel nunca fue multada por estacionarse mal, ahora podría enfrentar cargos por discriminación, con penas de hasta tres años de prisión.
Rayar la historia: vandalismo turístico en la Peña de Bernal
A más de 1,500 kilómetros de distancia, otro acto de desprecio encendía las redes. En Querétaro, una ciudadana estadounidense fue captada rayando con plumón la superficie de la Peña de Bernal, uno de los monolitos más grandes del mundo y sitio sagrado para comunidades otomí-chichimecas.
“Yo soy ciudadana americana”, repitió varias veces, como si su pasaporte la eximiera de responsabilidades. Junto a tres personas más, se justificó diciendo que “todos lo hacen” y que “no hay avisos en la cima”. El miembro de la comunidad indígena que los confrontó, Antonio, logró que borraran parcialmente el grafiti con una piedra.
El presidente municipal, Iván Reséndiz, confirmó que al menos dos turistas fueron detenidos. El caso podría escalar a nivel federal, por tratarse de un sitio protegido por la UNESCO. Pero más allá del daño físico, el agravio es espiritual. La Peña de Bernal no es sólo una roca monumental; es territorio ritual para un pueblo que sigue vivo.
Puerto Escondido: turista agrede a mexicana en cine
En Oaxaca, otra escena lamentable se hizo viral: un turista extranjero, sin camiseta ni zapatos, discutía con personal de un cine en Puerto Escondido. Cuando una joven comenzó a grabarlo, el hombre reaccionó con violencia, golpeándola con su prenda e intentando intimidarla.
“No estás en tu país, cabrón”, le respondió ella.
El video desató cientos de comentarios que no sólo cuestionaban la agresión, sino el patrón repetido: la impunidad con la que algunos visitantes actúan en México. Usuarios recordaron el caso reciente de otra mujer extranjera que atacó a un perrito en Mazunte y a un joven que fue amenazado con una piedra en la Ciudad de México.
¿Racismo inverso o arrogancia colonial?
Más que casos aislados, lo que reflejan estos episodios es una fractura social que ya no se puede ocultar. Las agresiones verbales, el desprecio al patrimonio cultural y los insultos racistas no provienen del vacío: se alimentan de una estructura que ha normalizado la superioridad blanca, extranjera o adinerada por encima del trabajador, el indígena o el funcionario público.
Lo que duele no es solo lo que se dice, sino quién lo dice y cómo actúa después. El perdón, cuando llega, no borra el agravio. El video, aunque se elimine, no borra el abuso.
México, país de hospitalidad, empieza a hartarse. Y lo está diciendo con un celular en la mano.
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