- 17 de enero de 2025
A seis años de la tragedia en Tlahuelilpan, Hidalgo, que dejó 137 muertos tras la explosión de un ducto de Pemex, los familiares de las víctimas enfrentan el olvido de las autoridades.
En el sexto aniversario de la explosión de un ducto de Pemex en Tlahuelilpan, Hidalgo, que cobró la vida de 137 personas, el silencio de las autoridades y la indiferencia social han dejado cicatrices más profundas que el tiempo no logra borrar. Lo que comenzó como una tragedia que conmocionó al país, ha quedado para muchos como una herida abierta en el corazón de los familiares de las víctimas.
El 18 de enero de 2019, una fuga en el ducto que conecta Tuxpan con Tula se convirtió en una trampa mortal. El sitio, iluminado por teléfonos y antorchas, pronto estalló en llamas, dejando 69 muertos en el lugar y decenas más que fallecieron posteriormente. A pesar de las promesas iniciales de apoyo y la firma de acuerdos en marzo de 2019, gran parte de los compromisos quedaron en el papel.
Promesas incumplidas
Un año después del desastre, en 2020, las autoridades colocaron la primera piedra de un memorial en la zona cero, una estructura simbólica que jamás se construyó.
La piedra desapareció y, con ella, la esperanza de los deudos de contar con un espacio de recuerdo digno. Argumentos técnicos sobre los riesgos de construir en un área atravesada por ductos de combustible fueron suficientes para justificar el abandono del proyecto. Hoy, las familias han levantado pequeñas capillas según sus posibilidades, pero muchas permanecen incompletas y olvidadas, reflejo del trato oficial hacia las víctimas.
Doña Mari, una de las deudas que prefiere no revelar el nombre de su familiar fallecido por temor al juicio social, señala que las promesas de becas, empleo y apoyos para los niños que quedaron huérfanos y sus tutores también quedaron en el aire. "Ni programas de empleo, ni proyectos productivos, ni nada para las madres solteras o los adultos mayores", lamenta.
El estigma y la herida social
El dolor por la pérdida se suma al estigma que enfrentan las familias de las víctimas. "Lo menos que nos dicen es huachicoleros", comenta Mari, indignada por la indiferencia y los comentarios crueles que trivializan su tragedia. Bromas como "hacer una carnita asada en Tlahuelilpan" o alusiones a "pollos rostizados" son dagas que hieren una y otra vez.
"Que Dios no permita que quienes nos juzgan pasen por algo así", dice Mari, quien asegura que las familias solo buscaban sobrevivir en medio de la necesidad, no dedicarse al robo de combustible.
A pesar del olvido institucional, las familias suelen organizar una misa para recordar a los suyos, todos los 18 de enero. En la misa del 2024, María Guadalupe Reyes, quien perdió a su hijo Cruz Emmanuel, aseguró que no quiere revivir el horror. "Preferimos olvidar. Este aniversario casi pasa sin protocolos porque ya no hay ánimo de hablar del tema".
A lo largo de estos seis años, el evento se ha convertido en un símbolo del abandono y la falta de prevención en el país, pero para quienes perdieron a sus seres queridos, es, ante todo, una tragedia personal que desearían no tener que conmemorar nunca más.
Mientras los espacios públicos remodelados en la zona lucen relucientes, las vidas rotas por la explosión de Tlahuelilpan siguen esperando justicia, no solo en forma de memoria, sino en acciones que mitiguen la vulnerabilidad y la necesidad que originaron esta tragedia.
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