- 22 de marzo de 2025
El macabro método de ejecución que utilizaban las hermanas González Valenzuela mejor conocidas como "Las Poquianchis" incluían patadas

Los crímenes de Las Poquianchis, consideradas las asesinas seriales más despiadadas de México, vuelven a estremecer a la sociedad tras la reciente revelación de un expediente perdido. Entre los detalles más escalofriantes, se encuentran los métodos de tortura a los que sometían a sus víctimas, incluyendo la obligación de matar a patadas a quienes ya no podían seguir trabajando en sus burdeles.
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Existe un testimonio en el que revela lo atroces que llegaron a ser el clan de las hermanas; aproximadamente en 1955, aunque los recuerdos de María son borrosos, su vida cambió para siempre, todo comenzó cuando una mujer muy habladora se acercó a ella en Ocotlán, Jalisco. María, aún una adolescente, compartió con aquella desconocida sus carencias económicas sin imaginar que estaba cayendo en una trampa mortal.
La mujer le prometió un buen trabajo como mesera, pero para ello debía viajar a otro estado. Esa misma noche fue trasladada en un automóvil por carreteras desconocidas y tras varias horas, llegó a un rancho con apariencia sombría donde solo había una casa de madera. Al ingresar pudo ver que había decenas de mujeres desnudas se movían en un ambiente al que ella describió como opresivo.
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En ese instante, pudo comprender todo y se dio cuenta que había sido secuestrada y ahora era parte de una red de trata de personas. Sus captores, las hermanas María Luisa, Delfina, María y Carmen González Valenzuela, conocidas como Las Poquianchis, manejaban un imperio de explotación sexual en Jalisco y Guanajuato. Durante los primeros tres meses, María estuvo encerrada en un cuarto hasta que la "domaron", como lo llamaban ellas.
Después de ese periodo, la pusieron a trabajar como empleada doméstica dentro del burdel. Se le prohibió prostituirse hasta que cumpliera la mayoría de edad, pero eso no significó que estuviera a salvo. Día y noche limpiaba habitaciones con apenas cinco tortillas secas y una embarrada de frijoles como alimento, según lo relatado. Si no cumplía con su labor, era golpeada brutalmente con garrotes por otras mujeres mayores, quienes se encargaban de imponer disciplina.
Pero lo más terrorífico de su encierro no fue el hambre ni los golpes, sino ser testigo de los crueles asesinatos que se llevaban a cabo en el burdel. María vio cómo las jóvenes que enfermaban o se negaban a trabajar eran asesinadas sin piedad. A una de ellas la dejaron morir de desnutrición. Otra fue asesinada a garrotazos mientras estaba en el baño.

Uno de los tantos días de tortura, María fue llevada a una granja propiedad de las hermanas, donde vivió las peores torturas de su vida. Durante ocho días fue golpeada, arrastrada por el cabello y atacada con leños y zapatos. En ese tiempo, tres chicas murieron. Una de ellas, moribunda, fue asesinada por su propia hermana, obligada por Las Poquianchis a rematarla a golpes.
Entre los años 40 y 60, secuestraron a cientos de mujeres a quienes explotaban en sus burdeles y asesinaban cuando ya no les eran útiles. Las víctimas eran, en su mayoría, adolescentes de entre 12 y 15 años, engañadas con promesas de una vida mejor. Una vez en sus manos, eran sometidas a golpizas y manipulaciones psicológicas.
Cuando cumplían 25 años, si no habían muerto antes, eran eliminadas por los hombres que trabajaban para las hermanas. Otras mujeres, más experimentadas, se convertían en cómplices y participaban en los asesinatos. Los embarazos no estaban permitidos. Si una joven quedaba encinta, era obligada a abortar en condiciones precarias y, si lograba dar a luz, el bebé era asesinado. Se estima que "Las Poquianchis" mataron entre 90 y 150 personas.

Un pasado marcado por la violencia
Originarias de El Salto, Jalisco, las hermanas González Valenzuela crecieron en un hogar disfuncional. Su padre, un ex policía del régimen porfirista, era alcohólico y extremadamente violento. No solo las maltrataba, sino que también las obligaba a presenciar la tortura de algunos de los detenidos que llegaba a tener bajo su poder.
Fanáticas de la religión, justificaban sus crímenes como un supuesto mandato divino. La primera en entrar al mundo del crimen fue Carmen, quien se involucró con un delincuente y aprendió el negocio de los bares y la prostitución. Tras la muerte de sus padres, las hermanas invirtieron su herencia en un burdel. Aunque el primer negocio fracasó, pronto lograron establecerse en Guanajuato y Jalisco, donde con el tiempo formaron una red de explotación sexual.
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Su dominio fue tal que lograron sobornar a las autoridades de la época. La policía protegía sus operaciones y hacía la vista gorda ante las desapariciones de mujeres. Fue hasta la fuga de una de sus víctimas que su imperio comenzó a derrumbarse y salir a la luz con cada caso de brutalidad.
La caída de Las Poquianchis
Una joven logró escapar y denunció ante la policía lo que sucedía en los burdeles de las hermanas. La noticia generó revuelo y llevó a una investigación que destapó el horror, en varias de sus propiedades se encontraron fosas clandestinas con decenas de cadáveres.

El caso conmocionó a México y convirtió a Las Poquianchis en las asesinas seriales con más víctimas en la historia del país. En 1964, fueron detenidas y condenadas a la pena máxima de 40 años de cárcel. Delfina murió en prisión cuando le cayó un costal de cemento en la cabeza, mientras que María Luisa logró salir en libertad y desapareció sin dejar rastro.
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