- 01 de octubre de 2024
El Ladrón de Perros del director Vinko Tomicic Salinas se presenta en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG)
No cabe duda de que el oficio de limpiabotas es muy noble; sin embargo, históricamente siempre ha estado ligado a la pobreza. Este trabajo refleja la dura realidad de miles de jóvenes de México y Latinoamérica, quienes se ven obligados a trabajar a temprana edad para poder sobrevivir dentro de un sistema en el que las oportunidades son escasas y la marginalidad es una constante.
El ladrón de perros, la más reciente película del director Vinko Tomicic Salinas, nos adentra en este mundo a través de los ojos de Martín (Franklin Aro) un joven lustrabotas de La Paz, Bolivia. Martín encarna a esas figuras que, con el rostro agachado, suelen trabajar bajo el sol por largas horas para ganarse unas cuantas monedas, esas personas que ven decenas de rostros a diario pero que nadie recuerda el suyo. Se trata de una película necesaria y cruda que no solo muestra las dificultades económicas de estos jóvenes, sino que también explora el profundo vacío emocional de la orfandad y la incesante búsqueda de identidad y pertenencia.
Martín encuentra refugio en la casa de una señora adinerada con Alzheimer gracias a Gladys, una vieja amiga de su difunta madre. Acompañado de su amigo Sombras, Martín navega su orfandad con la esperanza de hallar un sentido de pertenencia. Movido por rumores y su propia imaginación, Martín empieza a creer que uno de sus clientes, el solitario sastre Novoa (Alfredo Castro) podría ser su padre.
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Novoa, un hombre mayor que se gana la vida como sastre y cuyo único vínculo emocional es con su premiado pastor alemán, Astor, desconoce las sospechas del joven lustrabotas. Martín y sus amigos trazan un plan para secuestrar a Astor, esperando que Novoa ofrezca una recompensa por el regreso de su amado perro. Sin embargo, en la ausencia de Astor, Martín comienza a recibir una especie de cariño y orientación paternal por parte de Novoa. Esto le presenta un dilema: reclamar el dinero de la recompensa por "hallar" al canino o continuar nutriendo la inesperada relación que ha comenzado a florecer entre él y Novoa.
"El ladrón de perros" pinta un retrato crudo y realista de la vida de Martín y de cientos de jóvenes que salen a las calles a trabajar en condiciones precarias. Este joven lustrabotas se cubre el rostro para evitar ser discriminado, una medida desesperada para protegerse en una sociedad que lo margina. En la escuela, Martín es víctima de bullying, y la ausencia de familiares cercanos lo sume en una profunda marginación y depresión. A menudo pasa hambre y hace todo lo posible para sobrevivir, jugando en un depósito de chatarra de autos viejos.
El trabajo fotográfico de la película es excepcional: captura la esencia de una ciudad atrapada en el tiempo; los graffitis adornan las calles, las tomas en planos generales muestran casas en lo alto, evocando la imagen de favelas y las empinadas calles de La Paz. La atmósfera de la película se enriquece aún más con un diseño sonoro que contribuye a la construcción de la urbe, mientras el diseño de arte detallado y preciso resalta la realidad de la marginalidad.
Otro aspecto destacado de la película es la pasión de Martín por la música, que le sirve como herramienta para escapar de su dura realidad. En este sentido, "El ladrón de perros" se presenta como un coming of age que no sigue una narrativa convencional, sino que ofrece una anécdota poética y preciosa, mostrando la triste realidad de muchos jóvenes en América Latina. Aunque el desarrollo del personaje es apenas palpable, esta elección narrativa muestra la cruda y auténtica representación de una vida llena de desafíos y esperanzas truncadas.
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