- 16 de noviembre de 2024
Eben Byers, un joven empresario y deportista de la alta sociedad en los años 1920, se convirtió en una advertencia trágica sobre los peligros de los productos no regulados al perder la mandíbula y morir por consumir Radithor
En la década de 1920, una época marcada por la fascinación hacia la ciencia y los avances médicos, el nombre de Eben Byers se convirtió en un sinónimo trágico de los riesgos de la falta de regulación en productos milagrosos. Byers, un empresario acaudalado de Nueva York conocido por sus hazañas deportivas y vida de lujo, cayó víctima de un desenlace espeluznante tras consumir un tónico radiactivo llamado Radithor.
El tónico "milagroso" que cambió su vida
Eben Byers era un amante de los deportes, especialmente el golf. Después de sufrir una lesión en el brazo durante un viaje en tren en 1927, buscó tratamientos que lo ayudaran a recuperarse rápidamente. En aquel tiempo, la ciencia y la industria promocionaban las propiedades "curativas" de la radiactividad, y productos como Radithor —un tónico que contenía agua destilada y radio— se vendían sin ningún tipo de restricción ni control.
Convencido por las primeras mejorías percibidas, Byers comenzó a consumir Radithor con regularidad, aumentando progresivamente su dosis. El producto, fabricado por la empresa Bailey Radium Laboratories y promovido como un potenciador de la vitalidad, parecía cumplir sus promesas, lo que lo llevó a consumir más de 1,400 botellas a lo largo de tres años.
La caída en desgracia
Los efectos del radio, sin embargo, no eran los esperados. A diferencia de otros compuestos que podrían haber sido inofensivos, el radio es altamente radiactivo y se acumula en los huesos, donde causa daño celular y necrosis. Para Byers, el precio de la confianza ciega en este tónico resultó catastrófico.
En 1930, sus dientes comenzaron a caer y la necrosis de los huesos de su mandíbula avanzó rápidamente, provocando una descomposición espantosa. La condición avanzó hasta el punto en que perdió casi toda la parte inferior de su cara, un hecho que causó horror en la sociedad.
El deterioro físico de Byers fue tan dramático que atrajo la atención de las autoridades y la prensa. En 1931, fue citado a declarar en una audiencia de la Comisión Federal de Comercio sobre los efectos de los productos radiactivos, pero su estado de salud era tan precario que no pudo asistir en persona. Su testimonio, sin embargo, fue un grito de advertencia sobre los riesgos de estos productos.
Byers murió en 1932 a la edad de 51 años, después de meses de sufrimiento extremo. La causa de su fallecimiento fue atribuida a una intoxicación radiactiva severa que afectó sus huesos y órganos internos.
A raíz de este caso, las autoridades, incluyendo la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), comenzaron a implementar medidas más estrictas para supervisar los productos medicinales y proteger a los consumidores de las falsas promesas de la industria.
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