La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que cumple diez años, sigue causando dolor entre sus familiares y compañeros, quienes aún claman justicia. Esta es la historia de los sobrevivientes que, aunque escaparon de ese fatídico destino, llevan consigo las cicatrices de aquella noche.

Sobrevivientes del horror que se vivió el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, México.
Sobrevivientes del horror que se vivió el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, México. Créditos: Especial

 

Guerrilleros, revoltosos, infiltrados: son palabras que han resonado en el imaginario colectivo para denostar la lucha de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Un estigma que cayó sobre los 43 jóvenes desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 y sobre quienes sobrevivieron a esa noche.

Diez años después de la tragedia, el eco de la impunidad resuena más fuerte que nunca. A pesar de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador lo calificó como un crimen de Estado, el caso sigue impune, dejando a las familias y a los compañeros de los desaparecidos sin respuestas y sin saber qué pasó con ellos.

En este contexto de incertidumbre, la voz de los sobrevivientes que lograron escapar de ese fatídico destino cobra un significado profundo. En Quinto Poder, te presentamos cinco testimonios de los 21 sobrevivientes que han encontrado en la memoria de sus compañeros un impulso para seguir adelante. Para ellos, la lucha no es solo por la verdad, sino por mantener viva la memoria de quienes hoy ya no están.

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La desaparición de los 43 normalistas de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa cumplió este 26 de septiembre diez años. Créditos: Especial

  • Édgar Andrés Vargas

La historia de Édgar es quizá una de las más duras. Aunque no murió la fatídica noche del 26 de septiembre de 2014, ha vivido un calvario desde que una bala le destruyó el paladar, los dientes y los labios. 

Ocho cirugías, una reconstrucción maxilar usando huesos de su pierna, injertos de piel extraída de diversas partes del cuerpo, implantes dentales, una traqueotomía. Dos años sin comer, alimentándose con licuados por medio de una sonda, reaprender a hablar, curaciones dolorosas, cientos de citas médicas y muchas cicatrices. 

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Édgar Andrés Vargas recibió una bala en su rostro durante los hechos que ocurrieron en Iguala en septiembre de 2014.  Créditos: Especial

En diferentes ocasiones, Édgar ha narrado que  no estaba en Iguala cuando comenzaron los ataques. Llegó en un grupo que acudió para auxiliar a sus compañeros después de que estos pidieran ayuda, pero una bala le perforó el rostro. El efecto fue devastador, agravado aún más porque esa noche los militares lo retuvieron dentro de la Clínica Cristina y no le permitieron recibir atención médica, lo que influyó años más tarde en su recuperación. 

"Fue un proceso muy largo; no podía hablar ni respirar por la nariz, ya que perdí todo el maxilar superior, e incluso no podía caminar. Pero siempre conté con el apoyo de mi familia y de mis compañeros de la normal, que constantemente iban a visitarme", relató en 2018 durante una charla en la Universidad Iberoamericana.

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Édgar (camisa roja) en el momento en que fue herido.  Créditos: Especial

Mientras recibía diversos tratamientos médicos, Édgar se tituló de maestro normalista. Después completó una Maestría en Pedagogía y empezó la carrera de Abogacía, aunque no pudo seguirla. Desde hace tres años se convirtió en docente de primaria

Lo describen como un maestro paciente y sus alumnos lo respetan aún cuando son de sexto grado, los más rebeldes. Tan inteligente como responsable, su carrera profesional no le ha costado. Su lucha es más bien personal, porque aunque han pasado 10 años siente que no ha vuelto a ser quien era. 

  • Aldo Gutiérrez Solano

Hace 10 años, Aldo Gutiérrez Solano recibió una bala en la cabeza que le dañó el 65% de su cerebro, manteniéndola en coma durante años, varios de ellos en el hospital. 

La noche en que desaparecieron los 43 normalistas de Ayotzinapa, Aldo fue alcanzado por los disparos cuando la policía baleó el autobús en el que él y otros estudiantes viajaban aquella noche de 2014. 

Aunque logró salvar su vida, sus padres han asumido el cuidado constante que requiere, con asistencia las 24 horas del día. En febrero de 2021, Aldo enfermó de COVID-19 y estuvo nuevamente al borde de la muerte.

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Aldo Gutiérrez Solano ha estado en coma luego de que una bala le perforara el cerebro la noche del 26 de septiembre. Créditos: Especial

Actualmente, el joven continúa en estado de coma, mientras sus padres y sus 13 hermanos se mantienen  a su lado, midiendo su recuperación según sus sonidos y micromovimientos involuntarios. 

"El sufrimiento es muy grande (...) Todavía no entendemos cómo nos sucedió esto, por qué le pasó esto a nuestra familia. ¿Cómo es que podemos tener un gobierno que le dispara a sus propios ciudadanos?", expresó su hermano Leonel de 37 años, a El País.

Los médicos consideran sorprendente que haya sobrevivido todo este tiempo; sin embargo creen que las posibilidades de que se recupere de este coma son mínimas. 

  • Manuel Vázquez Arellano

Apenas desaparecieron y mataron a sus compañeros durante la infame "Noche de Iguala" y Manuel Vázquez, también conocido como Omar García, un nombre falso que asumió por seguridad; se convirtió en la cara más visible del movimiento después de la masacre, probablemente por su facilidad de palabra y temple. 

Unas semanas después de los ataques, Manuel encabezaba uno de los mítines que exigía justicia en Zócalo de la Ciudad de México; ahora, en septiembre de 2024, asumió su segundo cargo como diputado federal por el partido oficialista de Morena. 

Aunque ha sido duramente criticado por sumarse a la clase política que antes tanto cuestionaba, dice que intenta cambiar las cosas desde dentro. "A los 70 o 71 años voy a seguir hablando de Ayotzinapa. Eso, por mucho que quieran prohibírmelo unos y otros, no lo voy a dejar de hacer". 

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Manuel Vásquez Arellano poco después del ataque del 26 de septiembre de 2014. Créditos: Especial

Manuel nació y creció en un pueblo de 100 habitantes. Es hijo de campesinos; eran 13 hermanos aunque la mayoría ya murieron, uno asesinado por el narcotráfico, y los demás emigraron a Estados Unidos. Abandonó la carrera de maestro; con beca por buen promedio se tituló como abogado en una universidad privada y reconocida, el Claustro de Sor Juana, y después, en 2021, entró a la política partidaria.

En tres años no ha logrado tanto como quisiera, aunque presentó varias iniciativas de ley, solo le han aprobado una. Consiguió que el crimen de Iguala se incluya en los libros de texto gratuitos que se utilizan en las escuelas públicas, aunque en una versión más resumida que la que él propuso. No le conforma lo que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a punto de terminar su mandato, ha hecho respecto del caso Ayotzinapa.

"Respeto mucho al presidente pero también ha tenido que valerse del Ejército Mexicano para hacer un chingo de cosas; entonces eso le impide ir con una política más fuerte contra el ejército, tiene que negociar. Entiendo esa posición en la cual se encuentra, la entiendo, pero no la apoyaría porque está de por medio la justicia que necesitan tanto nuestros compañeros como muchas otras víctimas".

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Manuel Vázquez Arellano, de camisa guinda al centro de la imagen, protestando por los 43 normalistas desde la Cámara de Diputados. Créditos: Cuartoscuro

  • Eduardo García Maganda

"Nosotros fuimos los primeros en decir: ´No, miren, fueron policías uniformados quienes se llevaron a los compañeros. Si no hubiéramos hablado, este caso sería uno de tantos´", recuerda Maggie, como lo apodaron.

En 2015, sus ojeras se hacían cada vez más profundas. Parecía enfermo, y lo estaba, pero eso no lo detuvo. Continuó encabezando protestas, pronunciando discursos lúcidos y siendo el más empático con el movimiento de los familiares de los 43 desaparecidos.

Su sueño se interrumpió para siempre, la noche del 26 de septiembre de 2014.  Tal vez porque quedó en medio de los disparos y fue testigo de cómo los policías reducían al suelo a sus compañeros para llevárselos, hasta hoy, desaparecidos. 

Quizás fue por haber declarado en la comisaría local frente a los mismos perpetradores. O tal vez porque le tocó reconocer el cuerpo torturado de su amigo Julio César Mondragón Fontes en la morgue. Aquellos días marcaron su vida para siempre. 

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Eduardo en sus tiempos de estudiante para convertirse en maestro rural. Créditos: Especial

Durante 2015, cuando fue Secretario General del Comité Estudiantil de Ayotzinapa, cargó con el peso del movimiento. Era la máxima autoridad entre los normalistas, la voz que más se escuchaba. Hoy, su vida parece haber tomado otro rumbo, como Coordinador de Investigación Educativa en el estado de Guerrero, dirige una oficina con 30 personas a su cargo. 

Capacita a docentes, los motiva a investigar y edita una revista especializada. Sin embargo, su compromiso con el caso Ayotzinapa no ha terminado. Eduardo ha sido el sobreviviente que más ha declarado: seis veces ya, incluyendo reconstrucciones en el terreno y enfrentamientos directos con los agentes de seguridad implicados.

Las ojeras de 2015 ya no están, pero su cabello ha encanecido. En su mirada persiste una tristeza inocultable, resumida en una frase que repite con amargura: "Lo ocurrido en Iguala truncó mi proyecto de vida." Más frustrante aún es saber que, pese a todos los sacrificios y esfuerzos de tantas personas, el caso sigue sin resolverse.

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Eduardo García Maganda se dedica actualmente a la capacitación. Créditos: Especial

  • Luis Uriel Gómez 

"Si yo hubiera estado involucrado en el crimen organizado, como nos acusaban, ya tuviera carro del año, casa, pero no, qué chingaos, al contrario, andamos yendo a trabajar de peón". Además de amenazarlo, a Luis Uriel intentaron comprarlo. 

En los meses posteriores a la masacre, personas desconocidas llegaron a su casa a ofrecerle un auto, una casa, dinero a cambio de su silencio, pero no aceptó, y continuó denunciando lo sucedido. 

A pesar de que logró titularse como maestro, nunca consiguió un empleo estable en una escuela primaria. Ante la falta de oportunidades, regresó a su pueblo en las cálidas montañas de la Costa Chica para estar cerca de su esposa y sus tres hijos.

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El día que Luis Uriel se graduó de maestro rural en 2017. Tres años después de la desaparición de 43 de sus compañeros. Créditos: Especial

Hoy, trabaja como jornalero en el campo, donde la paga no ha cambiado en más de una década: 200 pesos al día (unos diez dólares). También colabora de vez en cuando en el equipo de su amigo, el diputado Manuel Vázquez Arellano, lo que le permite mantener modestamente a su familia.

Güicho, como le dicen sus amigos, admite que no está bien. Sigue teniendo pesadillas que lo regresan a la noche del 26 de septiembre y en su comunidad se siente a salvo, pero afuera en peligro, porque los responsables siguen impunes. 

"Si me voy y no hablo, si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? Me vi obligado a hacerlo para dar a conocer los hechos que nos pasaron esa noche. Y porque a mí mismo me había prometido y jurado que iba a hacer hasta lo imposible con tal de que se diera la verdad y que se hiciera justicia para mis compañeros".

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Luis Uriel Gómez fue uno de los estudiantes que grabó lo que ocurrió aquella noche del 26 de septiembre de 2014. Créditos: Especial

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