- 09 de marzo de 2025
La lucha silenciosa de quienes quedan a cargo de los hijos de las víctimas de feminicidio en México

En México, el feminicidio no sólo arrebata la vida de mujeres, sino que deja tras de sí un vacío que cambia para siempre la vida de sus seres queridos. Detrás de cada caso hay madres, tías y abuelas que, además de enfrentar el dolor y la lucha por justicia, deben criar a los hijos que las víctimas dejaron atrás. Muchas veces, estas mujeres se ven obligadas a convertirse nuevamente en madres en un país donde la justicia es lenta.
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Al menos en México, entre 10 y 11 mujeres son asesinadas cada día, según datos oficiales. Sin embargo, la mayoría de estos casos se esfuman del interés público después de unos días en los titulares. Mientras la opinión pública avanza al siguiente escándalo, las familias de las víctimas se enfrentan a un proceso largo y doloroso, donde la impunidad parece ser la norma.
Hace dos años el Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) registró un total de 3,439 mujeres asesinadas, de las cuales solo el 25% fueron investigadas como feminicidio. Detrás de estas cifras frías hay familias destruidas, niños huérfanos y abuelas que, sin apoyo del Estado, asumen la crianza de sus nietos y que al mismo tiempo buscan justicia.
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Algunos de los casos más emblemáticos son como los de Mariana Lima y Karla Pontigo que han sentado precedentes en la impartición de justicia en México, obligando a las autoridades a investigar las muertes violentas con perspectiva de género. Sin embargo, aún son muchas las familias que enfrentan obstáculos legales, negligencia y clasificaciones erróneas, donde los feminicidios son reducidos a simples suicidios o accidentes.

Abuelas que se convierten en madres: una carga injusta
Cuando una mujer es asesinada, sus hijos quedan en una especie de limbo jurídico y social. No existen registros oficiales sobre cuántos niños quedan en orfandad por feminicidio, lo que hace aún más difícil brindarles el apoyo necesario.
De acuerdo con la Red Nacional de Refugios, al menos el 75% de las víctimas de feminicidio dejan hijos en orfandad. La mayoría de ellos terminan al cuidado de sus abuelas, quienes deben enfrentarse a la difícil tarea de criar nuevamente a una generación en medio del duelo, la pobreza y la indiferencia de las autoridades.
El caso de María Antonia Márquez
María Antonia Márquez es una de esas mujeres que, además de ser madre, se convirtió en madre sustituta de sus nietos. Su hija, Nadia Muciño, fue asesinada hace 21 años en el Estado de México. Desde entonces, María Antonia ha luchado incansablemente por justicia, mientras cría a los hijos de Nadia y ahora a su bisnieto.
"Ellos vieron cuando su papá y su tío mataron a su mamá. Fueron tan cobardes que después de quitarle la vida, dejaron a los niños con ella", relata Márquez.
Además del trauma de presenciar el asesinato de su madre, los niños enfrentaron la revictimización del sistema de justicia. En 2007, cuando los hijos mayores de Nadia testificaron contra el asesino de su madre, los jueces desestimaron su testimonio, calificándolo de "fantasioso". Como resultado, uno de los feminicidas quedó en libertad.

Sin apoyo psicológico adecuado y con una infancia marcada por la violencia y la injusticia, la hija menor de Nadia comenzó a alejarse de su familia a los 13 años y, hace seis años, dejó a su bebé al cuidado de María Antonia. Ahora, esta mujer de 64 años es bisabuela y madre a la vez.
El Estado mexicano no solo ha fallado en prevenir los feminicidios, sino que también ha sido cómplice de la omisión al no brindar apoyo a los huérfanos que dejan estos crímenes.
"Los hijos de víctimas de feminicidio son víctimas directas del delito, pero el Estado no los ve. No existen cifras oficiales porque lo que no se nombra, no existe", denuncian.
Muchas de las mujeres que fueron asesinadas habían denunciado violencia previamente, pero las autoridades no actuaron. En esos casos, el feminicidio no es solo responsabilidad del agresor, sino también de un sistema que ignoró las señales de alerta.
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Más allá del olvido
Cuando un feminicidio deja de ser noticia, la lucha de las familias no termina. En muchos casos, la presión de la sociedad civil y los colectivos feministas es la única razón por la que un caso se reabre o un agresor es procesado. Madres como María Antonia Márquez han aprendido que la justicia en México es selectiva y que solo quien insiste logra avances. Por eso, ha llevado su caso hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con la esperanza de que una resolución obligue al Estado mexicano a cambiar sus protocolos de investigación y atención a las víctimas.
"Yo no quiero que haya más niños huérfanos que pasen lo que mis nietos pasaron. No quiero que otras madres pasen 20 años buscando justicia", sentencia Márquez.
El feminicidio no es solo la historia de una mujer asesinada; es la historia de una familia destruida, de niños que crecen sin madre, de abuelas que se ven obligadas a luchar en dos frentes: el del duelo y el de la justicia. Mientras la impunidad siga siendo la norma y el Estado continúe fallando en proteger a las mujeres y sus hijos, el ciclo de violencia feminicida no se detendrá. México no solo necesita justicia para las víctimas, sino también un sistema que brinde apoyo real a quienes quedan atrás.
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