Un exregidor priista narró con lujo de detalle la forma en que el narco somete a los funcionarios públicos

Una mujer llora frente al ataúd del expresidente municipal de Chilpancingo, Alejandro Arcos.
Una mujer llora frente al ataúd del expresidente municipal de Chilpancingo, Alejandro Arcos. Créditos: Cuartoscuro

Un estremecedor testimonio anónimo ha salido a la luz, publicado por el periodista Óscar Balmen, que revela una práctica escalofriante: el llamado "novenario" del crimen organizado. En un correo electrónico enviado al periodista, un exregidor de un municipio en Sonora, identificado solo como "Álvaro", relató cómo los cárteles dan a los nuevos funcionarios nueve días para alinearse a sus intereses, bajo amenazas veladas que se transforman en el curso de una reunión intimidante.

"Lo que le pasó al alcalde de Chilpancingo es muy común", comienza diciendo el exregidor. Según su testimonio, al asumir un cargo público en su municipio entre 2012 y 2015, fue sometido a lo que se conoce como "el novenario". Este término, comúnmente asociado a los rituales de luto, en este contexto criminal se refiere a los primeros nueve días en los que el crimen organizado permite a los funcionarios recién nombrados para someterse a su control.

El exregidor explica que, durante este periodo, los funcionarios reciben un mensaje de parte del jefe de la plaza local, entregado por un joven que llega a las oficinas. En el mensaje, se les indica una fecha, hora y lugar para una reunión obligatoria con los líderes del crimen organizado. La ausencia, por cualquier motivo, se castiga de manera severa, con amenazas directas contra los propios funcionarios o sus familias.

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"Álvaro" describe el ambiente de estas reuniones como sofocante. A pesar de que en los pueblos pequeños los rostros de los líderes criminales son conocidos, verlos armados y en su papel de criminales causa un terror indescriptible. "Temblaba como si me estuviera congelando, aunque hacía mucho calor", recuerda.

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Alejandro Arcos fue asesinado a siete días de haber asumido como titular de la alcaldía de Chilpancingo. Créditos: Cuartoscuro

Los criminales, al principio, se muestran amables. Con un discurso ensayado, aseguran no querer conflictos con las autoridades y prometen seguridad en el municipio, a cambio de controlar cuotas, nombrar a sus allegados en posiciones estratégicas y gestionar proyectos de obras inflados para quedarse con el dinero sobrante.

El cambio de tono llega rápido. Las amenazas implícitas son claras. Quienes no acceden a sus demandas ponen en riesgo su vida y la de sus seres queridos. El control absoluto de los criminales sobre el territorio y las autoridades queda sellado en esas primeras reuniones, conocidas como el "novenario", que se ha convertido en una especie de ritual de terror en muchos municipios de México.

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El testimonio de "Álvaro" refleja una realidad dolorosa y preocupante: en muchos rincones del país, el crimen organizado se ha infiltrado hasta los niveles más altos de gobierno local, imponiendo su ley sobre las autoridades y manteniendo a la población en un constante estado de miedo y sometimiento.

La ejecución de Alejandro Arcos: ¿Qué pasó?

La brutalidad que envuelve el asesinato del alcalde de Chilpancingo,Alejandro Arcos, el pasado domingo, es un sombrío recordatorio de la cruda realidad que enfrenta Guerrero y gran parte del país. Apenas unos días después de haber tomado posesión del cargo, Arcos fue ejecutado con un grado de violencia que ha estremecido incluso a una región ya acostumbrada a los actos macabros del crimen organizado.

Los sicarios no solo le quitaron la vida; también lo decapitaron, dejando su cabeza sobre el toldo de una camioneta, en una clara demostración de poder y dominio.

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Las autoridades investigan el brutal asesinato de Alejandro Arcos. Créditos: Cuartoscuro

Este asesinato se produce en un contexto de escalada de violencia, con la guerra entre grupos criminales como Los Ardillos y Los Tlacos por el control del territorio y las rutas del transporte público. La barbarie con la que fue ultimado Arcos viene precedida por una serie de ataques que apuntaban hacia esta trágica conclusión: primero, el asesinato del secretario del Ayuntamiento y luego la muerte de un militar que se mencionaba como posible jefe de policía local. Estos crímenes parecían presagiar la masacre que ocurriría días después.

La victoria de Arcos en las elecciones de junio había generado esperanzas y también muchas preguntas. Como líder de la coalición opositora PRI, PAN y PRD, había derrotado al partido gobernante, Morena. Pero en Guerrero, la política no puede desligarse de la presencia del crimen organizado. La salida de la anterior alcaldesa, Norma Otilia Hernández, estuvo empañada por un vídeo en el que aparecía con Celso Ortega, líder del grupo criminal Los Ardillos. Así, la pregunta no era si Arcos negociaría con los grupos criminales, sino bajo qué términos lo haría.

A pocas horas de su muerte, el alcalde había estado en Tepechicotlán, una comunidad rural de Chilpancingo, cerca de Quechultenango, el bastión de Los Ardillos. Aunque no hay pruebas de que Arcos se haya reunido con líderes criminales, las especulaciones no tardaron en surgir, alimentadas por el clima de violencia e impunidad que reina en la región.

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Alejandro Arcos fue asesinado en Chilpancingo. Créditos: Cuartoscuro

El asesinato de Alejandro Arcos, además de ser un golpe brutal a la política local, refleja el cruento enfrentamiento por el poder que los grupos criminales mantienen en Guerrero. A pesar de los intentos de tregua en la zona centro del estado, pactados bajo la mediación de la Iglesia católica, el cambio de liderazgo en la capital de Guerrero parece haber alterado los frágiles equilibrios, desatando una nueva ola de violencia.

La pregunta que queda en el aire es si la violencia en Chilpancingo y Guerrero seguirá escalando, mientras los tentáculos del crimen organizado buscan mantener su control sobre las autoridades, la economía y, sobre todo, el poder político en la región. La ejecución de Arcos no es un hecho aislado, sino parte de una narrativa más amplia de colusión, amenaza y barbarie que sigue sin respuesta clara por parte de las instituciones del Estado.

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