- 13 de septiembre de 2024
En MUxED reflexionamos acerca de la importancia de fomentar la paternidad responsable para favorecer un correcto desarrollo físico y emocional durante la primera infancia. La paternidad responsable tiene, además, otras ventajas en la crianza de los hijos.
La violencia que ocurre en el entorno familiar es un problema social que involucra diversos factores sociales, económicos, de salud y psicológicos, siendo la violencia de pareja el ejemplo más claro de la violencia de género. En ella se manifiestan temas de poder y control que se ejercen en contra de las mujeres, los cuales representan de manera simbólica los roles que se le han asignado durante siglos, de sometimiento, debilidad y pasividad. En México, en los últimos años, se ha registrado un alza en el número de actos de violencia contra la mujer. Muestra clara de ello son los más de 840 feminicidios registrados en lo que va de 2022.
Las agresiones contra las mujeres no es un tema fácil de analizar, ni de entender y, mucho menos, de resolver en el corto plazo; pues en este problema intervienen diversos factores, siendo uno de ellos, el entorno familiar. La pregunta ante este panorama es: ¿Qué hacer como sociedad para dar una respuesta que logre atender dicho problema?
Desde mi punto de vista una primera acción, que como sociedad podemos tomar, es la de fomentar la paternidad responsable, que consiste en involucrar de manera sana, activa y participativa a los padres varones en la crianza y educación de sus hijos. Esta acción ha demostrado ser un apoyo eficaz para reducir la violencia familiar y además permite establecer contextos de igualdad de género al interior de la familia.
Esta propuesta parte del supuesto de la importancia que tienen los primeros años de vida para la salud y el desarrollo físico de los infantes, período en el cual se cuenta con una gran capacidad de aprendizaje y de adaptación, lo que es un factor que favorece el desarrollo cognitivo y socioemocional.
Por ello, cuidar el desarrollo del infante en esta primera etapa resulta de vital importancia para el futuro de las personas, pues lograr un crecimiento adecuado en la primera infancia es determinante para contar con una población sana, participativa y emocionalmente estable. En esta primera etapa del desarrollo, la relación entre el niño y el padre es tan importante como la relación que establecen la madre y niño.
Existen creencias equivocadas acerca de la participación del padre en la educación de los hijos varones, como de una mayor influencia en su desarrollo, en comparación con la influencia que pueden tener en el desarrollo de las niñas. Estas creencias son incorrectas, pues la participación del padre varón en la educación de los hijos tiene aportaciones importantes tanto en niños como en niñas.
Por ejemplo, los padres a diferencia de las madres suelen involucrarse en juegos que demandan un mayor esfuerzo físico por parte de los niños. Dichos juegos promueven un comportamiento exploratorio e independiente. Además, el lenguaje usado por los padres en comparación con el usado por las madres suele ser más extenso y no breve y directo como el que con frecuencia emplean las madres, por lo que tiende a desafiar las competencias lingüísticas de los niños.
Por otra parte, los padres suelen ser más estrictos en lo que se refiere a la disciplina.
En este sentido, es muy conveniente que tanto las niñas como los niños tengan la posibilidad de estar expuestos a estilos diferentes de crianza, que no son contradictorios, pero sí complementarios. Esta complementariedad, prepara al niño para afrontar una diversidad de experiencias, retos y desafíos que se presentan a lo largo de su vida.
Desde nuestra perspectiva, la paternidad responsable debe considerar no sólo la participación de los padres en la educación de los infantes, sino también su involucramiento en las tareas del hogar. Es justo en la primera infancia cuando se comienza a construir en las mentes infantiles las relaciones de igualdad; las cuales deben tener como características relevantes el ser respetuosas, no violentas con sus madres y con otras mujeres. Este es el momento en el que los niños deben aprender el principio de que hombres y mujeres somos iguales, para favorecer la comprensión del concepto de autonomía e impulsar el proceso de empoderamiento de las niñas.
En este punto, diversas investigaciones han demostrado que la participación del padre en la educación y formación de los hijos es crucial para superar las ideas y creencias en torno a los roles sociales tradicionales sobre la masculinidad y para erradicar la tolerancia de la violencia hacia las mujeres.
Debemos de tener presente que al involucrar a los hombres para que ejerzan una paternidad responsable se genera un proceso a través del cual se impulsan cambios sociales. Ello representa un desafío como sociedad, ya que –bajo el efecto de normas y roles de género que han permeado por mucho tiempo nuestra sociedad– algunos hombres podrían no estar interesados en comprometerse con la paternidad responsable. De ahí que se requiera impulsar, de forma proactiva, la participación de padres, a partir, por ejemplo, de proporcionarles información acerca de los derechos, las obligaciones y, sobre todo, de los beneficios que la paternidad responsable tiene en el desarrollo de los niños y en la sociedad.
Bajo esta perspectiva, la participación comprometida de los padres en la educación y desarrollo físico y emocional de sus hijos resulta fundamental, pues es necesario que niños y niñas crezcan habiendo introyectado roles y prácticas que sean más equitativas. Difundir la paternidad responsable puede propiciar el comienzo de una nueva generación de padres con prácticas que conduzcan a la igualdad de género. Este proceso –que está en nuestro alcance construir– permitiría proteger a los infantes de posibles actos de violencia, de eventos de abuso y la explotación de cualquier tipo.
No hay que olvidar que el esfuerzo realizado a través de la paternidad responsable debe ir acompañado de la posibilidad de acceder a servicios de salud y educación de calidad.
De ahí, la necesidad de que se invierta en mejores servicios de salud y educativos y de que se impulse, de manera paralela, la participación de los padres en la educación y crianza de sus hijos, para que, con ello, niñas y niños logren desarrollar habilidades y capacidades que les permitan participar en su comunidad de manera productiva, con respeto a la diversidad y que en definitiva posibiliten el empoderamiento de la mujer.
Estoy convencida que el resultado de este esfuerzo pudiera ser un elemento que contribuya a la solución de problemas como la delincuencia, los embarazos no deseados en edades tempranas, la desigualdad y, sobre todo, la violencia contra la mujer.