Se dice que Pitágoras, el sabio matemático griego, y sus discípulos mostraban especial repulsión a las habas; el historiador romano Plinio atribuye esto a una supuesta conexión de la leguminosa con el dios del inframundo Hades.
Ya sea por esa razón o por el hecho que una anomalía hereditaria, que ahora se conoce como deficiencia de fosfato deshidrogenasa o favismo, podía conducirlos a una muerte por anemia hemolítica.
Las habas en la actualidad forman parte de los alimentos recomendados en la dieta mediterránea y sus beneficios son más numerosos que sus contraindicaciones.
En el continente americano no existen evidencia de su consumo previo a la llegada de los españoles, hace 500 años, y en la actualidad se produce principalmente en los estados de Puebla, México, Veracruz, Michoacán, Oaxaca y Chiapas, según datos de la PROFECO.
La mejor época para encontrarlas frescas es precisamente la primavera, es por ello que las podemos encontrar en los guisos tradicionales de la época de Semana Santa y Pascua.
Las habas contienen dos aminoácidos esenciales: la lisina y la arginina necesarios para muchas de las actividades de las glándulas endócrinas como las suprarrenales, la hipófisis, el timo, la tiroides o la glándula pineal.
Son ricas en fibra dietética que protege la mucosa del colon y ayuda a combatir la acumulación de sustancias tóxicas en el aparato digestivo.
Son ricas en isoflavina y otros antioxidantes que previenen enfermedades crónico degenerativas como el cáncer; ayudan a reducir los niveles de colesterol y problemas cardiovasculares.
Contienen minerales como el hierro, cobre, manganeso, calcio potasio y magnesio que favorecen el sistema nervioso, la salud de los huesos y dientes, así como la generación de glóbulos rojos y el sistema inmune.
Su consumo se desaconseja en niños menores a 18 meses y personas que presenten alergias o sufren de problemas digestivos severos tras su ingesta.