Los mitos y realidades de la dieta alcalina

Por principio de cuentas hay que entender a qué se refiere el término alcalino y su opuesto el ácido; el grado de acidez o alcalinidad se mide en una escala del 0 al 14, esto indica el PH (potencial de hidrógeno) existente en una solución.

Mientras que los ácidos estomacales alcanzan un 1 de PH, el agua natural tiene un 7 (lo que la sitúa al centro de la tabla); la sangre alcanza el 8 -un poco alcalina- y en el extremo de la alcalinidad encontramos líquidos como el blanqueador o el destapa caños con 13 y 14 respectivamente.

Algunas celebridades de Hollywood han contribuido a hacer popular este tipo de dieta sin aportar más que su fama para lograr que muchas personas quieran seguir sus pasos y lograr cuerpos esculturales y pieles tersas.

Algunos de los supuestos beneficios, que los defensores de este régimen esgrimen, son el de desintoxicar el organismo, pérdida de peso y prevención de enfermedades crónico-degenerativas; esto bajo la premisa que la mayoría de las enfermedades se desarrollan ambientes ácidos provocados por una mala alimentación.

Según esta propuesta, los alimentos se dividen también en acidificantes y alcalinizantes, lo que no tiene que ver con su sabor, por ejemplo, el jugo de limón -de sabor ácido- es considerado alcalinizante, y la leche  de sabor alcalino o neutro- se considera acidificante.

Esta dieta es rica en vegetales como la espinaca, el brócoli, col, coliflor, aguacate, berenjena, apio, jengibre, calabaza, papa, espárragos etcétera, y desaconseja la ingesta de carnes, lácteos, hongos, café y alcohol.

Expertos en nutrición afirman que no existe evidencia científica que respalde los postulados de esta dieta, el cuerpo tiene sus propios mecanismos para regular el PH y lo ideal será consumir una dieta que incorpore los diversos grupos alimenticios en las proporciones adecuadas para lograr la asimilación de nutrientes necesarios para mantenernos saludables.