- 17 de noviembre de 2024
La muerte de un colaborador clave de Cuauhtémoc Cárdenas reveló la sombra de la violencia política y desató temores de fraude en los comicios más tensos del país.
La madrugada del 3 de julio de 1988, en una calle de la colonia Merced Balbuena en la Ciudad de México (CDMX), la vida de Francisco Xavier Ovando y su asistente Román Gil fue trágicamente segada. Ambos fueron hallados sin vida en un automóvil, víctimas de un asesinato que conmocionó al país y elevó la tensión de unas elecciones presidenciales ya marcadas por la desconfianza dentro de la historia política de México.
Ovando, uno de los colaboradores más cercanos al candidato Cuauhtémoc Cárdenas, trabajaba en la organización de una red de monitoreo electoral, y su muerte significó una pérdida importante para la oposición. Mientras el país se preparaba para las urnas, esta tragedia trajo consigo una sombra de incertidumbre y sospechas de que el gobierno podría recurrir al fraude para garantizar el triunfo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su candidato, Carlos Salinas de Gortari.
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El asesinato que estremeció a la izquierda mexicana
Ovando y Gil fueron asesinados tras haber dejado a su compañero de equipo, Fernando Fernández Martínez, en la calle Isabel la Católica, después de una jornada laboral en las oficinas electorales de la colonia Nápoles. Aquella noche, trabajaban en uno de los elementos más estratégicos para la campaña del Frente Democrático Nacional (FDN), liderado por Cuauhtémoc Cárdenas.
Su labor consistía en coordinar el monitoreo de las elecciones, creando una red en cada distrito electoral para reportar el desarrollo de la jornada y los resultados oficiales, algo fundamental para garantizar la transparencia en unos comicios tan disputados.
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Ovando había trazado un plan minucioso para recibir información de los 300 distritos electorales del país, estableciendo comunicación directa con dos personas en cada distrito que reportarían a la Ciudad de México a través de varias líneas telefónicas. Esta estrategia buscaba asegurar un flujo de información sin interferencias, permitiendo que los datos del proceso llegaran directamente a él y a su equipo sin pasar por los canales oficiales.
Sin embargo, su labor se vio interrumpida brutalmente cuando, según se reportaron, los asesinos robaron los documentos y su maletín, dejando a la campaña sin la red que había planeado con tanto cuidado.
Una muerte en medio de una campaña marcada por la violencia
La muerte de Ovando fue uno de los episodios de violencia más cruentos en una campaña electoral mexicana que ya había visto otros incidentes, incluyendo un atentado en Monterrey dirigido a un líder político, en el que resultó muerto un inocente, y una explosión de un depósito de gasolina en la misma ciudad, un hecho que la oposición consideró "no aclarado" en su totalidad.
En respuesta a estos eventos, el FDN pidió a sus seguidores mantenerse firmes y proteger los resultados sin recurrir a la violencia, conscientes de que los comicios en algunas zonas del país podrían ser particularmente tensos debido a la presencia de caciques locales que presionaban para apoyar al PRI. La muerte de Ovando profundizó estas preocupaciones y generó una serie de protestas y demandas de justicia.
Cárdenas, en un intento por obtener respuestas rápidas, envió una carta al presidente Miguel de la Madrid exigiendo una investigación exhaustiva. El candidato, conocido por su lucha democrática, fue claro en advertir que sería un error que la respuesta del gobierno a la disidencia fuera a través de la violencia. En paralelo, Porfirio Muñoz Ledo, candidato al Senado, lanzó una advertencia: si no había una investigación seria y satisfactoria, el asesinato de Ovando podría oscurecer la legitimidad del proceso electoral.
Un pasado de lucha política
Ovando nació en Mexicali, Baja California, en 1947. Tras mudarse a Morelia, Michoacán, estudió Derecho en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y completó una maestría en Economía Política en la UNAM. A lo largo de su carrera, Ovando se convirtió en uno de los colaboradores más fieles de Cuauhtémoc Cárdenas, participando en sus campañas políticas como candidato a senador y gobernador de Michoacán.
Durante la administración de Cárdenas como gobernador, Ovando ocupó importantes cargos, como el de Procurador de Justicia y director del Sistema Michoacano de Radio y Televisión, destacándose por su compromiso con la transparencia y la justicia social.
A raíz de sus actividades políticas y su asociación con Cárdenas, Ovando había sido objeto de vigilancia y hostigamiento por parte de agentes judiciales bajo el gobierno de Martínez Villicaña en Michoacán. De hecho, Ovando llegó a enviar una carta al gobernador responsabilizándolo de cualquier cosa que pudiera ocurrirle, anticipando que sus actividades políticas podrían ponerlo en riesgo.
Este acoso no lo detuvo, y cuando decidió unirse a la campaña de Cárdenas para las elecciones presidenciales de 1988, lo hizo con plena convicción.
La conexión con el fraude electoral
La muerte de Ovando fue interpretada por muchos como un intento de neutralizar una de las piezas clave de la campaña del FDN, que contaba con él para documentar cualquier posible fraude electoral. El propio Cuauhtémoc revelaría en sus memorias que Ovando era el único, junto a su asistente, que tenía acceso a la información sobre los responsables de reportar los resultados desde los distritos.
Tras su asesinato, la red de monitoreo quedó completamente desarticulada, privando a la oposición de uno de sus principales mecanismos de defensa ante posibles irregularidades.
Medios de comunicación como el semanario Proceso publicaron artículos señalando que las prácticas fraudulentas se habían multiplicado en esa elección, lo que ponía en duda la transparencia del proceso. La violencia contra Ovando, combinada con un ambiente electoral de tensiones e intimidación, generó una atmósfera de desconfianza que muchos interpretaron como un presagio de que el PRI se encaminaba hacia la victoria mediante métodos cuestionables.
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Una investigación lenta y justicia parcial
La Procuraduría de Justicia de la CDMX, al momento del asesinato, se limitó a anunciar una investigación. Sin embargo, pasarían años antes de que los responsables fueran identificados. La pesquisa finalmente determinó que los culpables del asesinato de Ovando y Gil eran cuatro agentes de la policía judicial de Michoacán, siendo uno de los autores intelectuales el entonces Procurador de Justicia, José Franco Villa, durante el gobierno de Martínez Villicaña.
Eventualmente, solo dos de estos agentes y el propio Franco Villa fueron condenados por el crimen, dejando una sensación de justicia incompleta.
El asesinato de Ovando no solo representó una tragedia personal, sino también un recordatorio de los peligros que enfrentaban aquellos que se atrevían a desafiar al poder establecido. Su muerte dejó una profunda huella en la historia electoral de México y en la memoria colectiva de quienes luchaban por un cambio democrático en un país donde la política y la violencia parecían entrelazarse inevitablemente.
La campaña de Cárdenas, aunque eventualmente marcada por la derrota, se convirtió en un símbolo de resistencia y en una denuncia constante del autoritarismo del PRI. El propio Salinas de Gortari, en los días previos a las elecciones, llegó a reconocer que el PRI debería acostumbrarse a perder alguna vez, una frase que muchos vieron como un intento de suavizar las acusaciones de fraude que se cernían sobre su candidatura.
A pesar de la aplastante victoria de Salinas, las sospechas de manipulación de los resultados persistieron, y la figura de Ovando quedó en la memoria como un mártir de la democracia mexicana.
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